jueves, 24 de marzo de 2016

El Filandón y las prohibiciones de la Iglesia (1)

VELADAS NOCTURNAS EN LA SOCIEDAD RURA

La industria textil doméstica -de hilado y tejido del lino y la lana- constituyó una fuente complementaria de ingresos en el mundo rural zamorano de la Edad Moderna. En torno a esta actividad giraban buena parte de las veladas nocturnas, conocidas como “filandones”, “hilanderos” o “seranos”. La Iglesia católica legisló y persiguió estas reuniones, a pesar de lo cual lograron mantenerse en el tiempo, hasta mediados del pasado siglo. Desaparecieron lentamente, tanto por el cese de la actividad textil como por los cambios que se produjeron en la sociedad rural.

El Filandón, de Luis Álvarez Catalá, 1872.

En estas veladas, en las que participaban varios vecinos –hombres, mujeres y niños-, al tiempo que se hilaba, se contaban cuentos, historias, adivinanzas, se cantaba y bailaba[1]. El encuentro servía como entretenimiento, al tiempo que fomentaba las relaciones sociales y familiares. La tradición de este encuentro se registra en las tierras del cuadrante noroccidental hispánico, en territorios de Galicia, Asturias, León, Zamora y Salamanca, con diversos nombres: Filandón, Fiadeiro, fiada, filangueiro, hilandero o serano[2].

1. La Iglesia y la prohibición de los Filandones

A raíz, sobre todo del espíritu reformista impulsado por el Concilio de Trento, la iglesia católica procedió a corregir y disciplinar determinadas costumbres, prácticas populares o conductas de los fieles, por entender que de ellas se derivaban hechos que movían al escándalo, alteraban el orden público o eran contrarios a la moral, por considerarlos actos deshonestos. Para ello, la jerarquía eclesiástica recurrió sobre todo a las Constituciones Sinodales, a edictos, autos, mandamientos de las visitas pastorales y, al último eslabón de la cadena, a los párrocos y curas de aldea[1]. De ahí que se intentara corregir algunos aspectos relacionados con las fiestas. Las vigilias nocturnas de los santos en las iglesias o ermitas estaban llenas de aspectos profanos; los parroquianos las solían celebraban con cantares, danzas y bailes, junto a una buena pitanza. Otra de las costumbres era hacer representaciones en el interior de los templos, con ocasión de fiestas solemnes, acompañadas de danzas y bailes. Contra ello reaccionó el sínodo de Astorga de 1595, prohibiendo que en las Iglesias, ermitas y lugares píos se hicieran representaciones, danzas y cantares deshonestos y conminando a los curas, capellanes y sacristanes a que no consintieran las velas nocturnas en las iglesias[2].

En este contexto hay pues que situar los intentos de la Iglesia por prohibir también los filandones, a los que se consideraba como “perniciosa costumbre”, por entender que en este tipo de veladas se originaban ofensas a Dios. Esta “cruzada” contra los fiadeiros o filandones se registra en todo el cuadrante noroccidental peninsular, especialmente cuando la industria campesina del lino comenzó a ir en aumento, a partir del siglo XVIII, si bien, como se ha indicado, ya desde el concilio de Trento hubo un intento de la Iglesia por corregir determinadas costumbres populares, como bailes y veladas, entre las que estaban los filandones. En el barrio zamorano de la Lana, hombres y mujeres se juntaban a realizar labores textiles en los recintos de los templos de Santa Ana y San Sebastián, lo que fue reprendido en 1706 por el visitador episcopal[3].

La censura eclesiástica de estas costumbres de las comunidades rurales se documenta en todo el cuadrante noroccidental peninsular, tanto en las diócesis españolas como portuguesas. Los obispos lusitanos legislaron para erradicarlas. El 13 de septiembre de 1755, el prelado de Miranda, Frei João da Cruz, prohibía “todos os fiadouros publicos, que se façam de noyte, asim nas ruas, como nas cazas particullares pellos grandes peccados, que nestas occazioins se commetem ao ir, e sahir, e ainda nas mesmas cazas, ou lugares aonde se ajuntar tudo em offensa de Deos, e deshonras nos creditos, e pessoas[4].
Tejiendo calceta e hilando lana en León. Años 1950.
(León, ciudad, pueblo y
montaña, de F. Álvarez y E. Guerra,
México, 195-).



En la vecina Galicia, los obispos y sus delegados legislaron también contra las reuniones nocturnas de mozos y mozas (fiadas, muiñadas, esfolladas); en la visita pastoral de Ancey de 1724 (diócesis de Tuy): “Ytem por quanto está mandado por los Señores nros. antezesores no se hagan Juntas de noche asi de nombres como de mujeres en lo que llaman seranes y empallejadas por las muchas ofensas que cometen contra Ntro Sr.”[5].

La Iglesia llegó a pedir auxilio a las autoridades civiles. Los Reales Acuerdos de 1745, 1747, 1788 y 1826 prohibieron estas veladas y las justicias y tribunales ordinarios dictaron severas medidas para prohibirlas. En 1751, Francisco Izquierdo, obispo de Lugo, ordenaba a los curas y vicarios de la diócesis que “no permitan que dichas mozas se congreguen ni junten a hilar en donde concurran los mozos por los grandes inconvenientes que pueden resultar de la mozedad, de la chanza y la palabra[6]

En 1782 el canónigo de Compostela Andrés Sobrino Taboada, manda a los párrocos que exhortaran a sus feligreses para evitar, "por todos los medios, las congregaciones y juntas de jóvenes de ambos sexos, con motivo de hiladas de lino y de lana (…) y que se mantienen no sólo de día sino hasta la mayor parte de toda la noches”; a juicio del canónigo estas reuniones no tenían freno y se oponían a la “crianza cristiana, piérdese la vergüenza y el celo del honor, prenda del sexo femenino”[7].

En 1798, Francisco Ubago y Fernández, visitador de varios pueblos de la comarca de Herrera de Pisuerga, se hacía eco de la costumbre del filandón, conocida en dicha zona como “velorios” o “veladeros”: “reina el pestilente y abominable abuso de juntarse muchas mozas solteras a ilar en los que llaman veladeros en los que permanezen desde el principio de la noche hasta fines de ella, a los que igualm(te) asisten los mozos de cuias fuerzas se originan gravísimos pecados y ofensas a Dios de las que en especial serán responsables los padre de familias…”[8].

En la visita pastoral de 1723 a Trobajo (obispado de León), el visitador fue informado que “en muchos lugares por las noches se juntan a los filandoiros concurriendo algunos mozos de que se originan graves ofensas a Dios Nuestro Señor con detrimento de las almas, porque su Ilustrísima [el Obispo de León] prohíbe dichos filandoiros y sólo permite pueda concurrir una vecina con otra sin admitir mozos y lo cumplan así pena de dos ducados aplicados para la luminaria de dicha Iglesia”.

(Continuará).

[1] J. RUIZ ASTIZ: “Corregir y disciplinar conductas: actitud de la iglesia católica contra la violencia popular (siglos XVI-XVIII). Hispania Sacra, LXVI, 134, julio-diciembre 2014, pp. 481-528.
[2] Constituciones Sinodales del obispado de Astorga, copiladas, hechas y ordenadas por D. Pedro de Roxas, obispo de Astorga (1595), reimpresas en Salamanca en 1799, pp. 185-187.
[3] F. J. LORENZO PINAR: “Fuentes locales para el estudio de los comportamientos religiosos en la Edad Moderna: los libros de visita parroquiales”. Fuentes y métodos de la historia local. Zamora 1991, pág. 279.
[4] C. PRADA DE OLIVEIRA: Pastorais dos bispos de Miranda do Douro e Bragança. Bragança 2011, pág. 143.
[5] D. L. GONZALO LOPO: “Aspectos de la vida religiosa barroca: las visitas pastorales”. En M. G. GARCÍA QUINTELA (coord.): Las Religiones en la Historia de Galicia. Universidade da Coruña, 1996, pág. 422.
[6] H. SOBRADO CORREA: “La sociabilidad campesina en la Galicia del Antiguo Régimen. Mediatización institucional y resistencia popular (siglos XVI-XIX)”. En Mª M. LOBO DE ARAÚJO et alii: Sociabilidades na vida e na morte (séculos XVI-XX). Braga 2014, pp. 169-170.
[7] I. DUBERT GARCÍA y C. FERNÁNDEZ CORTIZO: “Entre el “regocijo” y la “bienaventuranza”. Iglesia y sociabilidad campesina en la Galicia del Antiguo Régimen”. En El rostro y el discurso de la fiesta, SÉMATA, Ciencias Sociais e Humanidades, núm. 6 (1994), pp. 237-261, vér pág. 252.
[8] C. A. AYUSO: “Actuación popular y censura eclesiástica. Costumbres de mocedad en Palencia en el XVIII”. Revista de Folklore, nº 290; 2005, pp. 56-61.




* Extracto del artículo "En torno al Filandón. Hilaturas, telares y veladas en el norte de Zamora (siglos XVIII-XX)". Brigecio, 24-25. Benavente 2015, pp. 43-72.



[1] N. BARTOLOMÉ PÉREZ: Filandón: Literatura popular Llionesa. Luna (Zaragoza, 2007).

[2] Como una de las costumbres de los naturales del antiguo Reino de León, se hacía eco de ello J. D. de la RADA y DELGADO: Viaje de SS. MM: y AA. Por Castilla, León, Asturias y Galicia, verificado en el verano de 1858. Madrid 1860, pp. 233-235. Entre las descripciones de esta tradición, véase la que hace C. Morán del lugar de Rosales, en la comarca leonesa de Omaña: “En las noches largas de invierno, la gente labradora apenas puede hacer nada en el campo, ni cabe en su genio permanecer catorce horas en la cama. Emplea la velada en hilar, que es oficio de mujeres. El hilandero son las Cortes del lugar. El Parlamento, el Casino, el punto en que se reúne la juventud, vigilada y presidida por las canas de la vejez. En la cocina de una casa solariega se juntan las dueñas con sus hijas casaderas y más jóvenes, todas armadas de ruecas, huso y una canastilla con tarea laborable. Muchas veces acuden también los sesudos padres, acaso por cumplir un deber, acaso por conveniencia propia. Más tarde llegan los mozos entonando canciones, y entran respetuosos por atención a los amos y a las personas de edad. Se van sentando en los escaños patriarcales a medida que se les ordena, apretándose a los demás para dejar hueco. Las mujeres hilan de pie. Allí se habla de la paz y de la guerra, y de otros negocios más menudos; se cuentan cuentos llenos de filosofía; se proponen acertijos, restos del antiguo saber; se discurren y componen villancicos para la Misa de Gallo; se ensayan comedias y se conciertan matrimonios, sin que por eso dejen de hilar las mujeres. Callan los jóvenes; hablan sentenciosos los ancianos llenos de sabia experiencia. Un carro de leña seca, ardiendo en media del llar, chisporrotea alegremente y esparce su benéfico influjo sobre la multitud de alrededor se apiña”. C. MORÁN BARDÓN: Obra etnográfica y otros escritos. II. Zamora. León. Reino de León. Salamanca 1990, pág. 84. Por Tierras de León. Salamanca 1925. Ver también referencia en J. MOURILLE LÓPEZ: La provincia de León. Guía General. Toledo 1928, pág. 517, donde informa de las distintas denominaciones: filandero, en el partido de Valencia; filandón en Laciana; fiandón en El Bierzo e hilorio en Mansilla. El término filandón o filangueiro y sus variantes deriva de filar (hilar).
 

1 comentario:

Robin dijo...

Curiosa noticia que me recuerda que los cátaros, tan perseguidos por la Iglesia, eran hábiles tejedores. ¿Tal vez la prohibición tuviera parte de razón por considerarse una reminiscencia hereje?