jueves, 27 de abril de 2017

La demolición del castillo de Benavente

EL DERRIBO DE LA FORTALEZA DE LOS PIMENTEL

Castillo de Benavente por Ker Porter (1808)
José Ignacio Martín Benito

Tras el incendio del castillo de Benavente en los primeros días de enero de 1809, tras el paso de las tropas inglesas y francesas por la villa, el edificio entró en un largo periodo de ruina que se mantuvo durante todo el siglo XIX. Las series fotográficas demuestran que todavía a finales de esa centuria, a pesar del paso del tiempo, la fortaleza conservaba buena parte de su perímetro, muros, torres y estructura.



Entonces ¿Qué pasó? ¿Quién o quiénes demolieron los restos y dejaron sólo en pie la Torre del Caracol? La respuesta puede ser tan dura como cierta: los propios benaventanos, con el Ayuntamiento a la cabeza.

El proceso de destrucción desmantelamiento y derribo de los muros de la antigua fortaleza de los Pimentel tuvo lugar desde finales del siglo XIX hasta los años 1930. En este intervinieron tanto los dueños de la empresa de aguas, propietaria de la fortaleza –la habían comprado en 1898 a los obligacionistas de la casa de Osuna-, como el Ayuntamiento de Benavente, una vez que éste se hizo con el inmueble en diciembre de 1925.

El castillo en1854, por Clifford.

En 1898 el Ayuntamiento intentó comprar la antigua fortaleza, para derribarla y “con el fin de realizar importantes mejoras, entre ellas el ensanche del paseo de La Mota”; perseguía también que sirviera como cantera, para extraer piedra y destinarla a las obras municipales.
En el caso de la empresa de agua, los trabajos de desmantelamiento aparecen reflejados en las actas municipales, cuando estos están próximos a los terrenos públicos. Si esos trabajos se produjeron en el interior del castillo, lógicamente no se han reflejado. En julio de 1907 el Ayuntamiento acuerda pasar una comunicación al encargado de la fortaleza para que se abstenga de continuar desmontando en el muro del Caracol y “ponga lo hecho en condiciones de seguridad para el caminante, procurando cómo se detiene ya prevenido dejé expeditas la carretera y cunetas”.  
Las noticias del derribo del Castillo de los Condes de Benavente llegaron a los círculos culturales de la capital de España. En 1913, en el transcurso de unas conferencias pronunciadas en el Ateneo madrileño y en la revista Por el Arte, Lampérez denunciaba que se estaba terminando el derribo y que los materiales eran vendidos a 10 reales el metro cúbico.
Ruinas del castillo a finales del siglo XIX.

Parece que uno de los objetivos del Ayuntamiento era ampliar los paseos y jardines de la Mota a expensas de la antigua fortaleza, cómo se puso de manifiesto en las tentativas de adquisición de la misma. Ello no fue obstáculo para que el seno de la Corporación se alzaran algunas voces en favor de la restauración de la torre del Caracol, como la propuesta que hizo el concejal señor Ramos en noviembre de 1914, en favor de la adquisición y restauración del torreón “para qué tal recuerdo artístico e histórico se perpetúe”. 
Entrada a la fortaleza. Puerta de Sanntiago.

Con todo, el Ayuntamiento fue poco a poco desmontando el solar. El 5 de marzo de 1915 se aprobaron las condiciones "para la caba, carga, transporte y descarga de 600 metros cúbicos de tierra del torreón de la fortaleza a los paseos de la Mota baja". Al año siguiente el municipio continuaba ocupado por los desmontes, pues el 10 de diciembre se aprueba “se pague a Francisco y Fructuoso Cachón 1.000 pesetas y 80 céntimos por el arrastre de tierras del Castillo a La Mota Vieja".


Cuando finalmente el Ayuntamiento compró la fortaleza a la empresa de aguas y dispuso libremente de ella (1925), comenzó una demolición sistemática de lo que aún quedaba en pie con el objetivo de planear los terrenos para ampliar los jardines. En abril de 1927 el semanario El Pueblo informada de que había comenzado el derrumbamiento de las paredes de la tierra de la fortaleza.

El derribo del resto del castillo y la extracción de tierra y piedras del mismo camina pareja la crisis obrera que sacudió Benavente en las primeras décadas del siglo XX. Las actas municipales recogen abundantes noticias y testimonios de cómo afectó esta crisis a la villa. En la del 30 de noviembre de 1929 leemos textualmente que “las obras llevadas a cabo para construir jardines han servido durante los meses de invierno para mitigar las horrorosas crisis obreras, conjurando la miseria y el hambre”.
Fortaleza. Principios siglo XX.
Entre enero y marzo de 1928 se pagaron 7.390 pesetas por derribo de tierra del alcázar. Algunas partidas llevan expresiones elocuentes: “por derribo de los paredones de la fortaleza” o “por derribo del Teso de la Mota”.

En enero de 1929 se pagaron 1.439 pesetas por traslado de piedra y tierra de la fortaleza con destino a la carretera de la Estación. En febrero, 1.457 pesetas por traslado de tierras de la fortaleza para ensanche de los paseos y nuevos jardines de la Mota a los que las actas se refieren también como “jardines en la fortaleza”.

El ayuntamiento de Benavente concedió piedras de sillería para otras obras realizadas en la villa, así, en 1928 cedió 12 metros de piedra de la fortaleza al conde de La Bisbal para que se realizará obras en una finca inmediata. En 1929 el consistorio concedió piedras de sillería de la fortaleza para la reparación de la capilla de Jesús en la iglesia de Santa María del Azogue y para otras obras de reparación en San Nicolás
El resultado de todo aquel proceso de destrucción se detuvo sólo ante la Torre del Caracol, único vestigio del alcázar benaventano. En 1931, cuando ya la demolición del castillo se había consumado, la Torre del Caracol fue declarada Monumento Nacional, por Decreto de 3 de junio.
Torre del Caracol y restos de paredones.
Para saber más:
http://ledodelpozo.blogspot.com.es/2014/09/rafael-gonzalez-rodriguez-fernando.html

sábado, 22 de abril de 2017

Frontera y literatura


CIUDAD RODRIGO Y LOS LIBROS DE CABALLERÍA

Florisel de Niquea, de F. de Silva.
José I. Martín Benito

Desde Ciudad Rodrigo, ciudad fronteriza con Portugal, donde eran comunes las cabalgadas, alardes y juegos de cañas y toros, sobre todo en las festividades de San Juan y Santiago, van a proyectarse un buen número de libros de caballería. No deja de sorprender que el 14 % de las novelas de caballería que se escribieron en España durante la primera mitad del siglo XVI, se escribieran en la ciudad del Águeda.

De hecho, Miguel García-Figuerola en su trabajo Literatura en la frontera, califica como “porcentaje desorbitado” el hecho de que en Ciudad Rodrigo se escribieran siete de la cincuentena de obras de este género, que se editaron en los reinos de León y Castilla durante la primera mitad del siglo XVI[1]

En efecto, de la mano de Feliciano de Silva (1480-1554) y de Francisco Vázquez, el género caballeresco se pobló de Lisuartes, Floriseles, Amadises, Palmerines y Primaleones.

 Del éxito y la aceptación del Amadís de Grecia (1530), Florisel de Niquea (1532), Lisuarte de Grecia (1514) (Feliciano de Silva), Palmerín de Olivia (1511-1516) y Primaleón (1512) (Francisco Vázquez) hablan las sucesivas ediciones que tuvieron estas obras y que nutrían las bibliotecas de la aristocracia. Este género engendró otros. Las narraciones caballerescas de Feliciano de Silva, que incorporan episodios pastoriles en prosa, pueden ser consideradas como precedentes de la novela pastoril.
Primaleón, 1534.

Obras de Francisco Vázquez (muerto en 1565): Palmerín de Olivia, Salamanca 1511 (14 reediciones) y Primaleón (11 reediciones). Obras de gran repercusión, con ediciones en Salamanca, Burgos, Sevilla, Venecia, América... entre otras.

Obras de Feliciano de Silva: Amadís de Grecia, Floresil de Niquea, Lisurate de Grecia, Segunda Celestina... El Amadís de Grecia, de Feliciano de Silva, fue uno de los libros de la biblioteca de don Quijote que el cura y el barbero echaron al fuego. "Este que viene, dijo el barbero, es Amadís de Grecia, y aun todos los de este lado, a lo que creo, son del mismo linaje de Amadís. Pues vayan todos al corral, dijo el cura" (Quijote, 1. Cap. 6: Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo).


¿Quién fue Feliciano de Silva?

Feliciano de Silva fue nieto de Hernando de Silva, corregidor de Ciudad Rodrigo e hijo de Tristán de Silva, cronista de la Reina Isabel la Católica. Tristán era natural y vecino de Ciudad Rodrigo. Debió morir en 1503. Sin embargo, la crónica que escribió sobre los Reyes Católicos nunca llegó a publicarse, ni se conoce directamente el manuscrito. 
Su hijo, el célebre escritor de novelas de caballería vivió entre (1480-1554). La primera novela de este género, Lisuarte de Grecia, la públicó en 1514 (dedicada al arzobispo de Sevilla, el toresano Diego de Deza) y en ella narra las hazañas de un nieto de Amadís de Gaula. Escribió también la Segunda Celestina, publicada en 1534, en la que "resucita" a Celestina y narra una serie de episodios en la que trata de redimir su vida pecaminosa
Feliciano de Silva fue regidor vitalicio de Ciudad Rodrigo desde 1523. Estuvo dos años al servicio del emperador y, ya en Ciudad Rodrigo, participó en la toma de posesión de los alcaides del alcázar. El rey delegó en él y en Diego de Silva en 1525 para que tomaran el pleito homenaje a Francisco del Águila, al no poder hacerlo este en persona, "por estar ocupado en la residencia que dava de su oficio de alcaide sacas". Nuevamente, en 1551, el rey ordenó a Feliciano de Silva -contaba 71 años- y a Antonio de Barrientos que toamaran y recibieran en su nombre el pleito homenaje del nuevo tenente de la fortaleza, don Alonso del Águila, el cual no podía presentarse en la corte por estar "ynpedido y enfermo". 

Obras digitalizadas de Feliciano de Silva en la Biblioteca Nacional de España
Amadís de Grecia, de F. de Silva.


[1] M. GARCÍA FIGUEROLA: Literatura en la frontera. El ambiente literario en Ciudad Rodrigo durante la primera mitad del siglo XVI. Salamanca 2012. Ed. Centro de Estudios Mirobrigenses y Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo.
[2] J. I. MARTÍN BENITO: El alcázar de Ciudad Rodrigo. Poder y control militar en la frontera de Portugal (siglos XII-XVI). Salamanca 1999, pp. 95-97.


lunes, 17 de abril de 2017

El ídolo de Ciudad Rodrigo

LAS ESTELAS DE GUERRERO DEL OCCIDENTE PENINSULAR

Estela de Solana de las Cabañas (Cáceres)
José I. Martín Benito

Con el nombre de estelas decoradas o estelas extremeñas conocemos un tipo de representaciones que llevan una serie de grabados, donde, por lo general, el elemento común es siempre un escudo redondo, a veces con escotadura. A esta pieza suelen acompañarle representaciones de armas, sobre todo espadas y lanzas. Las hay, también, que llevan una representación antropomórfica, como los ejemplares de Solana de las Cabañas (Cáceres), Cabeza de Buey, Magacela o Fuente de Cantos (Badajoz)[1]. En otras estelas son también comunes las representaciones de carros con dos ruedas (Fuente e Cantos) y con cuatro (Solana de las Cabañas y Cabeza de Buey, entre otras).
Los hallazgos de estas piezas han revelado hasta el momento, que el área de dispersión se extiende por la alta Extremadura -cuenca del Tajo- por la cuenca del Guadiana y por el valle del Guadalquivir[2]; en concreto, por las provincias de Cáceres, Badajoz, Ciudad Real, Córdoba, Sevilla y este de Portugal (Sierra de la Estrella y el Algarve), El carácter funerario de estas piezas parece evidente y, como estelas sepulcrales pondrían de relieve el carácter guerrero o militar de los individuos a los cuales estarían dedicadas. El profesor M. Almagro señaló que habrían sido fabricadas en honor de aquellos personales importantes, reyes o caudillos de un pueblo guerrero, jerárquico y aristocráticamente organizado[3].
Estela de guerrero (Museo Arqueológico Nacional).
La forma de las estelas es indicativa de la posición que pudo tener en relación con la tumba del difunto: las alargadas en la base indican que pudieran haber estado destinadas a estar clavadas en el suelo, señalizando quizá un túmulo, probablemente de incineración, si bien las hay casi rectangulares, no preparadas en su parte inferior para ser hincadas en tierra; en este caso, la propia losa representaría al guerrero con sus armas y la función de estas losas casi rectangulares irían depositadas sobre enterramientos de inhumación en cistas.

No obstante, se han esgrimido también otras teorías, como la que, sin negarle un posible significado funerario-conmemorativo, sostiene que se trata de hitos de referencia, visibles en el paisaje y que marcarían el paso en las vías ganaderas o rutas comerciales[4].
La cronología de estas estelas funerarias se situaría con posterioridad al 800 a. C., es decir, desde el Bronce Final, perdurando hasta el 600 a. C., e, incluso, hasta el siglo IV a. C. esto es, hasta la cultura de los castros de la Edad del Hierro[5].
Estela de guerrero (MAN)

Estela de San Martín de Trevejo (Cáceres), según M. García Figuerola, 1982.
 (Continuará: Las estelas de guerrero situadas al norte del Sistema Central) 

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- El ídolo de Lerilla (Salamanca)
- El ídolo de Ciudad Rodrigo
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NOTAS:

[1] M. ALMAGRO BASCH (1966): Las estelas decoradas del suroeste peninsular. B.P.H. 8. Madrid. Véase también J. I. MARTÍN BENITO y J.C. MARTÍN BENITO: Prehistoria y romanización de la Tierra de Ciudad Rodrigo. Salamanca, 1994, pp. 114-117. 
[2] T. CHAPA y G. DELIBES: “El Bronce Final”. En Manuel de Historia Universal. Vol. I. Prehistoria, pág. 543. Madrid 1983. 
[3] Ibidem, pág. 200.
[4] M. RUIZ-GÁLVEZ PRIEGO y E. GALÁN DOMINGO: “ Las estelas del suroeste como hitos de vías ganaderas y rutas comerciales”. Trabajos de Prehistoria, 48 (1991) p.257-273. 

[5] F. JORDÁ y J. Mª BLÁZQUEZ: Historia del Arte Hispánico. I. La Antigüedad, pág. 153. Madrid, 1978.

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miércoles, 12 de abril de 2017

La catedral de Ciudad Rodrigo. Monumento nacional

EL RECONOCIMIENTO DEL ESTADO ESPAÑOL EN 1889
José Ignacio Martín Benito

Catedral de Ciudad Rodrigo, desde la muralla de la Puerta de Amayuelas.



Ningún monumento de España será por su significación histórica
 más digno de respeto que esa antigua catedral”.

(Dictamen de la Real Academia de la Historia, para declarar Monumento Nacional
 a la catedral de Ciudad Rodrigo, 10 de agosto de 1889).

1. Introducción

El 5 de septiembre de 1889, la catedral de Santa María de Ciudad Rodrigo era declarada, por Real Orden, Monumento Nacional. Más de cien años han transcurrido desde entonces[1]. Desde la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español, los monumentos nacionales pasaron a definirse Bienes de Interés Cultural (BIC). Hoy la ciudad cuenta con un total de nueve declaraciones de BIC[2]. 


2. La catedral, el primer monumento


2.1 Razones para la declaración

Catedral de Ciudad Rodrigo. España Pintoresca, 1849.
Corría el mes de febrero de 1889. El cabildo y el obispo de Ciudad Rodrigo dirigen sendos oficios al ministro de Fomento con un objetivo: que la catedral fuera declarada Monumento Nacional[3].


¿Qué razones animaban esta petición? La iglesia civitatense impulsaba la declaración con la esperanza de que el edificio entrara dentro de la protección del Ministerio de Fomento y se procediera a su restauración y conservación. El cabildo argumentaba esta petición reconociendo la “exigua dotación de su fábrica” y el estado del templo, donde señalaba “los grandes destrozos especialmente de su claustro y coro...”, fruto tanto de los bombardeos de los dos sitios que tuvo que soportar la ciudad en 1810 y 1812, como de “la acción destructora del tiempo”.

El cabildo recurría a la declaración de Monumento Nacional obligado, pues, por las circunstancias y dificultades económicas; por tanto, como “extremo y el más seguro medio de hacer frente” a la necesidad de intervenir en el templo[4]
Impactos de los bombardeos (1810-1812)
Por su parte, el obispo –lo era José Tomás de Mazarrasa[5]- incidía también en los destrozos producidos por el bombardeo del sitio francés y en la falta de recursos de la propia Iglesia –que se había visto reducida a Colegiata[6]-, al tiempo que argumentaba la antigüedad y los valores artísticos del edificio: “nuestra Catedral es digna de los mayores cuidados, tanto por su antigüedad como por el arte. Todo es hermosura en verdad pero muy especialmente algunas de sus puertas: así lo confesaban cuantos con S. M. doña Ysabel la reconocieron el día que fuimos honrados con su visita. Carece de recursos la Yglesia, dotada como las Colegiales, y si bien en lo sustancial es sólida y fuerte, con el bombardeo del año diez de nuestro siglo, y la dureza de los tiempos, las piezas que servían de complemento están destrozadas, y lo que constituye lo perfecto del arte se deteriora y arruina, sin poderlo evitar, por el trascurso y rudeza de los siglos”[7].


El 17 de abril de 1889 la Dirección General de Instrucción Pública y Bellas Artes solicita de la Real Academia de la Historia a la que remite copia de la solicitud del obispo y cabildo- la emisión de un informe sobre el valor histórico de la iglesia catedral de Ciudad Rodrigo con el fin de resolver el expediente incoado.


Teniendo conocimiento en Ciudad Rodrigo de que la decisión depende del informe de la Academia, el obispo Mazarrasa escribe una carta con fecha 17 de junio a su director, en aquel entonces don Antonio Cánovas del Castillo. Mazarrasa, era consciente de la figura de Cánovas y casi se disculpa por dirigirse a tan insigne político e historiador:
Cánovas del Castillo
Busto del obispo Mazarrasa.
 El 17 de junio de 1889, el obispo Mazarrasa, envía un oficio a D. Antonio Cánovas del Castillo, a la sazón Director de la Academia de la Historia: [“Como nunca he tenido el honor de comunicar con V.E. y su renombre es tal que     parte suena muy alto, retráeme demasiado el temor de molestarle, me urgen la necesidad y me anima su grande y conocida bondad”] y le solicita un rápido y favorable informe.


Sin embargo, el dictamen favorable ya había sido emitido el 3 de mayo de ese año y enviado al Director General de Instrucción Pública[8]. El 28 de junio, el Secretario de la Academia contesta al obispo de Ciudad Rodrigo que el informe emitido es “favorable a la expresada declaración[9]. Recibida la comunicación, Mazarrasa, en oficio fechado el 3 de julio, dio las gracias a la institución[10].


2.2. Las razones de la Academia

El dictamen que dio la Real Academia de la Historia se basó, sobre todo, en el estudio que de la seo civitatense había hecho José María Quadrado[11], autor al que se cita en el informe de la institución.

Son sobre todo argumentos históricos, más que artísticos, los que utiliza la Academia para justificar la declaración de la catedral como Monumento Nacional. Así, comienza a destacar la figuras de algunos prelados, en concreto las de Alonso de Palenzuela, Francisco de Bobadilla, Juan Tavera, Pedro Portocarrero, Diego de Covarrubias y Bernardo de Rojas Sandoval.

La figura de un rey (¿Fernando II?), en la bóveda central.
Monje franciscano, en la bóveda central.

En segundo lugar, señala la Academia la posición fronteriza de la ciudad, predestinada “á una vida más militar que política”, para ensalzar el papel jugado por la catedral durante “los sitios que heroicamente sostuvo, en el presente siglo”. El informe destaca, de entre todas las contiendas bélicas de la plaza, las consecuencias de la Guerra de la Independencia y, en un encendido tono patriótico proclama: “todavía claman al cielo contra la más pérfida de las invasiones la gran torre mutilada, la suntuosa capilla maior hundida y el contiguo Seminario maior sepultado hasta los últimos años entre escombros. Y si da valor histórico a un monumento de haber figurado como baluarte de la independencia nacional contra la más odiada de las tiranías, que es la extranjera, y el presentarse hoy con justo orgullo como veterano cubierto de cicatrices, ningún monumento de España será por su significación histórica más digno de respeto que esa antigua catedral, que ostenta en su torre y en su capilla de Cerralbo las mutilaciones que sacó en 1810 y 1812 de su heroica defensa contra los ejércitos de Ney y Massena reunidos”.
Asedio a Ciudad Rodrigo, 1810.

Además de estos argumentos de carácter patriótico, el informe de la Real Academia de la Historia, valora también las esculturas de los arranques de las bóvedas del crucero y de la nave central, entre las que señala la de Fernando II y su esposa Urraca de Portugal, la del primer obispo Domingo y la que, según la tradición, se consideraba de San Francisco de Asís.


Pero también la leyenda ocupó un lugar en el dictamen de los académicos, pues se recoge la del resucitado obispo, Pedro Díaz: “En un nicho del crucero á la parte del Evangelio, contiguo á otro que la tradición designa como sepultura del primer obispo de Ciudad Rodrigo, perpetúa un cuadro la fervorosa leyenda del prelado Pedro Díaz, el cual resucitado por intercesión del mismo santo de Asís y puesto de pie sobre el féretro durante las exequias, trajo nuevas del otro mundo á los aterrados circunstantes, y aprovechando la prórroga de veinte días que se le concedió para enmendar su vida, se preparó a una segunda muerte con asombrosas penitencias”.
Sepulcro del obispo Pedro Díaz.

Así pues, fueron más los argumentos históricos que los propiamente artísticos y, concretamente, arquitectónicos, los que esgrimió la Academia para dar el informe favorable a la declaración solicitada: Por todas estas circunstancias y otras que sería prolijo enumerar, entiende la Academia que es muy de entender la petición de aquel Cabildo y del digno Prelado, que la preside y gobierna, de que la Santa Yglesia de Ciudad Rodrigo sea declarada Monumento Nacional”.


A partir de ese instante comienzan los trabajos de reparación en la seo civitatense. Entre 1891 y 1895 tuvieron lugar las primeras campañas, a cargo del arquitecto Joaquín de Vargas y Aguirre, que se centraron en las bóvedas de la nave principal. Los trabajos de reparación y reconstrucción continuaron en los primeros años del siglo XX bajo la dirección de Luís María Cabello y Lapiedra[12].

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* Este artículo lo publiqué en 2008: J. I. MARTÍN BENITO: “La catedral y los Bienes de Interés Cultural en Ciudad Rodrigo”. Carnaval 2008, del 1 al 5 de Febrero de 2008, nº 29, pp. 361-366.

[1] Ciudad Rodrigo celebró en 1989 el I Centenario de esta declaración. Véase MARTÍN MATÍAS, N.: “Primer Centenario de la declaración de la Catedral de Ciudad Rodrigo como Monumento Nacional”. Ciudad Rodrigo. Carnaval 90, del 23 al 27 de febrero. Salamanca 1990, pp. 35-37.

[2] En el ámbito de la comunidad autónoma castellano-leonesa, se promulgó posteriormente la Ley 12/2002, de 11 de julio, de Patrimonio Cultural de Castilla y León y, más recientemente, el Decreto 37/2007, de 19 de abril, por el que se aprueba el Reglamento para la protección de Patrimonio Cultural de Castilla y León.

[3] Se ocupa también de ello HERNÁNDEZ VEGAS, M.: Ciudad Rodrigo. La Catedral y la Ciudad. Salamanca, 1935. Tomo II, pp. 411-412.

[4] La carta del cabildo lleva fecha de 23 de febrero de 1889. HERNÁNDEZ VEGAS también subraya que la petición “era el único medio de atender, ya que no a la total restauración del edificio, por lo menos a su perentoria conservación”. Op. cit., pág. 412.

[5] MARTÍN MATÍAS, N.: Mazarrasa, obispo de Ciudad Rodrigo en torno al 98. Ciudad Rodrigo, 1998.

[6] HERNÁNDEZ VEGAS, M.: Ciudad Rodrigo. La Catedral y la Ciudad. Salamanca, 1935. Tomo II, pp. 399 y ss. MARTÍN BENITO, J. I. : “La Iglesia de Ciudad Rodrigo. Época Contemporánea”, en EGIDO, T.: (coord): Ávila, Salamanca. Ciudad Rodrigo. Historia de las diócesis españolas. BAC. Madrid, 2005, pp. 516 y ss.

[7] “Oficio de traslado del Obispo de Ciudad Rodrigo acerca de la solicitud como Monumento Nacional de la Iglesia Catedral de Ciudad Rodrigo, que la Dirección General de Instrucción Pública y Bellas Artes remite a la Academia para su informe”. http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=322925&portal=111. La carta del obispo está fechada en Ciudad Rodrigo a 2 de febrero de 1889.

[8] “Minuta de oficio en la que se solicita sea declarada Monumento Nacional la Iglesia Catedral de Ciudad Rodrigo”. http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=322925&portal=111

[9] “Minuta de oficio en la que se manifiesta que la Corporación emitirá un informe favorable para que la Iglesia Catedral de Ciudad Rodrigo sea declarada Monumento Nacional”. http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=322925&portal=111

[10] “Oficio del Obispo de Ciudad Rodrigo en el que se agradece a la Corporación el informe favorable para la declaración como Monumento Nacional, de la Iglesia Catedral de la ciudad”. http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=322925&portal=111

[11]QUADRADO, J. M.: España: sus monumentos y arte, su naturaleza e historia. Salamanca, Ávila y Segovia. Barcelona, 1884. Reedición 2001, Salamanca.


[12] NIETO GONZÁLEZ, J. R.: “Catedral de Ciudad Rodrigo: intervenciones arquitectónicas de los siglos XIX y XX”. En Sacras Moles. Catedrales de Castilla y León. Valladolid, 1996. Vol. 3, pp. 33-40.