jueves, 1 de junio de 2017

La frontera de León: Belver de los Montes



EL CASTILLO Y LAS MURALLAS [1]

Belver de los Montes. Panorámica.
José I. Martín Benito
 

Belver de los Montes fue una villa en la frontera entre León y Castilla. Documentada en época de la primera repoblación (siglo XI), adquirió especial relevancia tras la muerte de Alfonso VII, el Emperador y la división de su reino (1157).
 

El castillo

Consta que el castillo fue edificado en tiempos de Alfonso IX, formando parte para fortalecer la línea fronteriza del reino de León con el de Castilla, situada en los montes Torozos. En las disputas por la Tierra de Campos, integraban la barrera leonesa fortalezas como las de Laguna de Negrillos, Mayorga, Castroverde, Villalpando, Villafáfila, San Pedro de Latarce, Belver, Castronuevo de los Arcos o Toro, entre otras[2]

El fortalecimiento de los límites territoriales del reino leonés, iniciado por Fernando II, tanto en la frontera occidental, frente a Portugal, como en la oriental frente a Castilla, fue continuado por su hijo y sucesor Alfonso IX. Así pues, desde 1157 a 1230 los monarcas leoneses reforzaron y construyeron fortificaciones, al tiempo que impulsaron repoblaciones, con otorgamiento de cartas forales, en las áreas geoestratégicas de su reino.


Castillo de Belver. Vista aérea.

En este contexto se sitúa tanto la construcción del castillo de Belver como la concesión del fuero en tiempos de Alfonso IX. De la edificación promovida por la corona queda constancia documental en la donación que el rey hace del castillo a la iglesia de Zamora y su obispo don Martín en 1211: “…iure hereditario perpetuo possidendum illud meum castrum quod ego hedificavi et feci in valle de Villa Ceth[3].

El monarca se amparaba así en el soporte de la Iglesia zamorense para la defensa de esta parte del reino. Como en otros lugares fronterizos, caso de Ciudad Rodrigo en relación con Portugal, también el obispo de Zamora sería un auténtico agente del poder real leonés en la articulación y organización política, militar y jurisdiccional del territorio en relación con la frontera de Castilla[4]. En el caso de Belver, el obispo Martín contribuyó a reforzar también sus defensas. En el corto espacio de tiempo que la iglesia de Zamora poseyó la fortaleza se llevaron a cabo obras financiadas por la institución eclesiástica, como se recoge en el documento de 1213, cuando Alfonso IX recupera de nuevo el castillo, al cambiarlo por el de Villalcampo: “… hac inquam villam do vobis in concambium pro castello de Belveer, quod olim concesseram vobis, in quo construendo amplissisimas feceratis expensas[5].



Desaparecido el interés de espacio fronterizo con la unificación de las coronas de León y Castilla en la persona de Fernando III, el castillo de Belver continuó en la familia real hasta las primeras décadas del siglo XIV.



Muralla de Belver de los Montes.
Las murallas

Con el mismo tipo y técnica de construcción, esto es, con canto rodado unido por mortero de cal, se levantan los restos de una cerca que dibuja un perímetro ovalado y que arranca desde los extremos oriental y occidental del flanco sur del castillo.

Los muros se encuentran en muy mal estado de conservación, habiendo perdido altura y masa (Fig. 16). En el sector sureste el grosor alcanza 1,90 metros. Por los testigos mejor conservados, que se localizan en la parte media del cerro hacia poniente, intuimos que pudo tener una altura cercana a los seis metros y que estuvo enfoscada. No obstante, la cerca se encuentra descalzada por los efectos del agua de lluvia que, en esta parte de la ladera erosiona la base, lo que constituye un grave peligro para su equilibrio. Esta ha debido ser la causa del desmoronamiento de buena parte de los muros de la parte baja, que han caído a pedazos y se encuentran desplazados unos metros de la alineación de la cerca. En el sureste, la muralla ha servido de apoyo a algunas construcciones, quedando integrada en naves y corrales.

En el interior de este recinto se ven fragmentos de teja y cerámica común, escoria de fundición, así como restos óseos de animales. En el reconocimiento que hicimos del terreno hallamos en la parte baja y en la proximidad del muro de poniente, dos discos tallados de cuarcita. [6]

Entrada al recinto de Belver.

La entrada que da acceso al recinto se abría en el extremo sureste de la parte baja. La puerta está formada por dos muros de 6,5 m. de largo por 4 metros de altura que se adosan a la cerca. Sin duda la altura debió ser mayor, pues el actual nivel del suelo es de relleno, fruto del derrumbe y arrastre de sedimentos hacia la parte baja. La cerca tiene, al contacto con los muros, una anchura de 2,10 m., de modo que la longitud de la entrada se prolonga hasta los 8,60 metros. El vano de acceso tiene una anchura de 2,70 m. En el muro más oriental se observan dos líneas de cuatro troneras, situadas en la parte alta, y similares a las del torreón de poniente.



Avelino Gutiérrez intuye “restos de otra posible entrada en las ruinas del extremo suroeste, también hacia el valle[7]. Sin embargo, bien destacada la puerta del sureste, no se aprecia sobre el terreno entrada alguna hacia poniente; en todo caso, lo que sí se identifica en el sector occidental son bloques errantes, desprendidos del muro original.



Alfonso IX de León, repoblador de Belver.
La construcción de la cerca debió realizarse a comienzos del siglo XIII, según se desprende de la concordia establecida en 1214 entre el monasterio de Sahagún –de quien dependía el cenobio de San Salvador- y el concejo de Villaceth. En el acuerdo, ratificado por Alfonso IX, se recogía que el abad de Sahagún entregaba por 17 años la tercera parte de los diezmos al concejo “ad faciendam cercam vestram de villa vestra ad defensionem personarum et rerum vestrarum”.[8]

La cerca se construía, en efecto, como refugio o defensa de las personas y cosas de la villa en caso de necesidad, pues el caserío o, al menos, sus principales construcciones se ubicaban extramuros, caso de la iglesia de Santa María y el propio monasterio de Salvador. Santa María se situaba a 115 metros en línea recta del recinto amurallado, mientras que la iglesia del cenobio lo hacía a 85 metros.



Así pues, las obras de la construcción de la muralla debieron realizarse pocos años después de que el monarca leonés ordenara la edificación del castillo. Se trataría, en todo caso, de complementar o reforzar la fortificación de un núcleo de población en expansión, que había ido prosperando en torno al monasterio de San Salvador, hasta el punto de lograr atraerse el mercado que antes se celebraba en la vecina villa de Bustillo.

Castillo y recinto amurallado cumplirían así una función de acrópolis, a los que se recurriría en caso de necesidad de buscar amparo o refugio, en tanto la actividad cotidiana se extendía extramuros, en la parte baja del cerro y a la vera del río Sequillo y de su fértil vega.



Sello real del fuero de Belver.




[1] J. I. MARTÍN BENITO: “El castillo y la muralla de Bever de los Montes (Zamora). Brigecio 20, pp. 25-50. Benavente 2010.

[2] J. A. GUTÍERREZ GONZÁLEZ: Fortificaciones y feudalismo en el origen y formación del reino leonés (siglos IX-XIII). Zaragoza 1995.

[3] J. GONZÁLEZ: Alfonso IX. Tomo II. Doc. 277, pp. 375.

[4] J. J. SÁNCHEZ-ORO ROSA: Orígenes de la Iglesia de Ciudad Rodrigo.  Episcopado. Monasterios y órdenes militares (1161-1264). Salamanca 1997. J.I. MARTÍN BENITO: “La Iglesia de Ciudad Rodrigo”. En Historia de las Diócesis españolas. Ávila, Salamanca. Ciudad Rodrigo. BAC. Madrid 2005, pág. 334.

[5] J. GONZÁLEZ: Alfonso IX. Tomo II. Doc. 296, pp. 395-396.

[6] Una pieza similar cita V. SEVILLANO, localizada en el foso en su visita de 1969: Testimonio arqueológico de la provincia de Zamora. Zamora 1978, pp. 61 y 62. El autor se refiere a ella como “un sílex tallado semiesférico” y le atribuye una adscripción neolítica, así como una función de tapadera. Intuimos que se trataba, en realidad, de una pieza de cuarcita; en cuanto a su cronología, no descartamos una filiación medieval.

[7] A. GUTIÉRREZ GONZÁLEZ: Fortificaciones y feudalismo en el origen y formación del reino leonés (IX-XIII). Zaragoza 1995, pág. 360.

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