sábado, 9 de septiembre de 2017

Por la Raya de Portugal (y 4)

MONTE SANTO
José I. Martín Benito

En el siglo del califato, el cordobés al-Razi escribió que uno de los castillos del término de Egitania era “Montesanto, que es mui fuerte a maravella”, según la traducción castellana. Por eso se sorprenden los viajeros que en una moderna monografía sobre Extremadura en los geógrafos árabes, el autor confiese ignorar su localización.

No será porque el monte y su crestón rocoso no sean bien visibles desde la llanura. Aún desde Idanha-a-Velha asoma su cumbre, invitando a coronarla. Por eso, apenas apuran los visitantes su estancia en el retiro de Wamba, antes que Febo decline y los espíritus morunos, amparados en la oscuridad, decidan entran en la ciudad por la poterna. Pero no hay comunicación rodada entre Idanha y Monsanto, por lo que los viajeros deberán volver sobre sus pasos o, mejor, sobre las ruedas, en dirección nuevamente a Medelim, para desde allí surcar el llano y encarar la montaña sagrada.

En la empinada subida a la roca no pueden por menos de recordar las vueltas a la Peña de Francia antes de alcanzar la cima y el santuario. Tiempo después, los viajeros se preguntarán qué deidad morará en la cumbre, pero sólo cuando hayan visto las cazoletas excavadas en el granito y la vieja ermita románica, cuyo antiguo sancta sanctorum se abre a estas horas a un cielo azul, previo al crepúsculo.

Seguramente fueron aquellas deidades las que preservaron a la población tras el ataque de los mouros que, envalentonados por haber finalmente arrasado Idanha, decidieron la conquista de la roca santa. Y es que los montes siempre han sido refugio de espíritus divinos y protectores. No lo dicen los viajeros sólo por la Peña de Francia, a donde todavía suben devotamente los romeros, sino porque recuerdan que, muy próximo a su actual residencia, en los montes de León está el Teleno, en el que según los astures romanizados moraba el espíritu de Marte. Pero no hace falta irse al norte. Basta quedarse en estas sierras del Sistema Central para entender los nuevos Parnaso de Apolo en occidente. Muy cerca de Monsanto está el pico Jálama, divinizado también en la romanidad. Además, a los pies de la Sierra de Francia extiende su “xaile no châo” Monsagro, otra cumbre sagrada, que fue señorío de los obispos civitatenses.

Con estas y otras divagaciones y, sin duda, con la ayuda de los dioses del roteiro, los visitantes se han plantado en las puertas de la población, dejando su mecánica cabalgadura en el mirador que se orienta hacia poniente. Se sorprenden por la batería de cañones desplegada apuntando al interior del país, cuando la amenaza siempre vino del este o del sur, como aquella vez en que el duque de Berwick, al frente de un ejército franco-español tomó la villa. Pero de aquello hace ahora trescientos años, mucho antes de los tratados unionistas de Madrid y Maastrich. Así que, los portugueses han sacrificado en este caso la historia por la decoración.

Monsanto es también una de esas “aldeias históricas de Portugal” tocada por el maná de los euros del Rhin. Pero tiempo atrás, a finales de los años cuarenta del pasado siglo, el lugar ostentó otro título, el de “aldeia mais portuguesa”, mientras otros países andaban entretenidos “à escolher a Miss de tal cidade ou de tal praia”, según las contemporáneas palabras de António Ferro.

Decididos a llegar a la cumbre del castillo, los viajeros emprenden la subida, refrescándose en las fuentes que encuentran a su paso. Deberán darse prisa, pues el sol ya hace que inició su descenso. Enormes bloques graníticos amparan y cimientan la otrora inexpugnable fortaleza, construyendo incontables grutas, a la vez que parecen amenazar la población. Sin prisa, pero también sin pausa, los visitantes se han plantado delante de la barbacana de la Puerta del castelo. No son los únicos. Siluetas entrecortadas por los rayos de la puesta solar circulan por las murallas o se asoman al aljibe. Ya hemos dicho que hoy es día de Todos los Santos, pero otra cosa sería si fuera el día de la Cruz; entonces el castillo estaría lleno de monsantinos, para rememorar la leyenda del becerro y, cual soldados de Gedeón, arrojar por los peñascos los cántaros de barro. Al bajar del sagrado cerro, las mujeres dejarán “las marafonas” sobre el lecho nupcial, esperando la fertilidad y prevenir la casa de los rayos de las tormentas. Dicen que estas costumbres son para celebrar el levantamiento de un asedio moruno, dicen, sí.., pero es muy posible, piensan los viajeros, que las prácticas se remonten a arcanas costumbres, anteriores a romanos y godos, moros y cristianos. Monsanto tiene así su particular fiesta de las Panateneas, acrópolis incluida.

Entre cultos y ritos, dioses y fortalezas, la montaña va llenando de sombras el valle. A lo lejos, los viajeros entrevén el embalse del Marechal Carmona; sólo del lado oeste los últimos rayos cubren de plata la superficie del agua de los charcos, para escaparse de la cumbre por la ermita. Entre dos luces los viajeros bajan del castillo y se dirigen al punto de partida. Los pueblos van pasando; otra vez Medelim, la aldea de Joâo Pires, Penamacor y Malcata. En alguno de ellos, al lado de la carretera, varios cazadores se amontonan ante una docena de jabalíes, cobrados en la montería. Tras muchas curvas entrarán de nuevo en Sabugal... El regreso a Ciudad Rodrigo lo hacen, ya se ha dicho, con las lágrimas de Dulce Pontes. Los viajeros cruzan el Águeda abrazados al “fado da mouraria”, con el destino marcado, acompañados da lua e de uma estrela brilante.

Otras Crónicas de Portugal: 

Por la Raya (1): León en Ribacôa
Por la Raya (2): Serras de Marofa y Malcata
Por la Raya (3): Rey Wamba

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